Hace un día radiante.
Eva está en el paraíso, bajo un manzano, desnuda y enamorada; Adán, a su lado. Han disfrutado de una mañana soleada en un lugar paradisíaco haciendo lo que haría cualquier pareja sensata en su lugar: nadar, dormir, reír, hacer el amor. Y ahora tienen hambre y quieren comerse una manzana. ¿Por qué algo tan lógico y natural habría de abrir las puertas del infierno? ¿Por qué la satisfacción de los deseos entraña en la mente humana el miedo a las represalias? ¿Por qué la vida, cuando es muy dulce, parece transgredir las leyes naturales?
Por el impacto en nuestra vida del deseo y del miedo. Nos movemos entre el deseo y el miedo. El deseo nos atrae hacia determinados estímulos y el miedo, en cambio, nos incita a mantenernos alejados de potenciales amenazas. Uno nos lleva a elucubrar e inventar, otro a juzgar y categorizar. Son los dos polos principales del sistema de supervivencia del cerebro. Es sencillo describir la naturaleza del deseo: Es el mejor indicio de que estamos vivos. La vida se teje a golpe de deseos. Forman parte del bagaje básico de supervivencia: incitan a comer, mantener relaciones sexuales, trabajar y hacer todo aquello que nos permite seguir vivos.
El deseo es agradable porque produce placer. Así que alejemos los miedos y dejémonos llevar por nuestros deseos. Yo estaré encantada de formar parte de los tuyos…
Besitos…
Sofía Madrid 😉